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Viernes de luto



Viernes de luto
Verónica Segura

A raíz del día de Acción de Gracias se han viralizado varias imágenes de gente peleando a los golpes para poder comprar algún objeto. Un vídeo en particular me dejó boquiabierta, donde una señora más bien obesa le arrebata una caja a una niñita de unos cinco años y la madre procede a defender, no a la hija, sino a los otros dos paquetes que tiene abrazados, mientras el resto de los clientes se dedican también a arrancarse productos unos de otros y la tienda es un mar de gritos. Lo cual me lleva a reflexionar sobre el nefasto Black Friday como una suerte de estrategia, ya no mercantil, sino militar: divide y vencerás. Olvidemos que somos marionetas, es obvio que los precios no bajan, en ocasiones hasta suben, pues el importe lo inflan días antes para poder adjudicarle un descuento mentiroso. Lo que me llama la atención es cómo este tipo de campañas saca lo peor de nosotros. Cuando hay un desastre natural, o una guerra inclusive, y parte de la ciudad queda destruida, la gente pierde su casa, el alimento se acaba, la población tiende a unirse. Por lo general, las crisis nos vuelven solidarios. Pero lo que estas personas están comprando, no es comestible, no es siquiera necesario. Es tan solo un artículo que ofrece un estatus artificial. Y no todos podemos ocupar el mismo trono, aunque parezcan haber playstations para todos. Debemos reñir, aunque sea para ser el primero que lo adquirió. No importa qué tan bajo el precio, jamás nos podremos saciar porque eso no es abundancia, es delirio, y estamos contra reloj. En breve, dejaremos de parecer princesas para volver a ser las cenicientas de siempre. Si el hechizo ha de terminar, al menos que sea con una mega pantalla bajo el brazo. Hay que decorar nuestra calabaza como un símil de palacio, aunque no engañemos a nadie, no importa si el costo es la humillación, enemistad y agresión pública.
En un caso de perdición absoluta como el que relato, ¿existe algún Chapulín Colorado capacitado para sacarnos de la barranca? Sí. Se trata de un ejército. Si la táctica milica es dividir, la artística es soltar a los zombies. En 1992 el artista canadiense Ted Dave lanzó, junto con la revista Adbusters el ingenioso BND “Buy Nothing Day” (Día de no comprar nada), que se lleva a cabo justamente durante el Black Friday. Veinticuatro horas dedicadas, no sólo a no adquirir mercancía, sino también a no consumir luz, combustible, tecnología, etc. Para ser parte de este movimiento, hay dos opciones: o uno escapa a la naturaleza (donde todo es gratuito), o se convierte en zombie, visita algún shopping y deambula cual muerto viviente hasta que alguien le pregunte qué miércoles está haciendo ahí – momento en el cuál uno aprovecha para explicar todos los pros de no crear más basura, no participar de compañías que explotan gente, no endeudarse, no acumular, etc., y persuadir al susodicho de cortar su tarjeta de crédito por la mitad. Esta “propuesta absurda” ya ha alcanzado más de sesenta y cinco países, y en Argentina (Buenos Aires) el boleto de entrada es un alimento no perecedero para donar a algún comedor infantil. Los porteños la llaman la “pacifestación”, y el lema, según su organizador Reynaldo Rataplín: “mientras exista en el mundo un niño con hambre, los zombies seguirán marchando”.


Me parece que para el próximo Black Friday no estaré de luto, sino de fiesta con alguna tropa de muertos activistas.

Tormenta de zapatos

Tormenta de zapatos
Verónica Segura

Hay un principio contable que dice que las utilidades se registran cuando se realizan y las pérdidas cuando se conocen. Todos hemos pecado de haber hecho un inventario de adquisiciones imaginarias cuando las ganancias aún no han sido concretadas, y la decepción es grande cuando esos planes se frustran. Pero a menudo ocurre que el principio contable se viola de la manera opuesta. Es decir, que nos la pasamos vaticinando los más catastróficos resultados sin tener pruebas suficientes para sospechar que hoy será el día que nos caiga el piano de cola encima, o nuestra familia entera sufrirá de combustión espontánea, o finalmente la luna se saldrá de órbita. Desde luego que las tragedias ocurren, pero de poco sirve aguardarlas a diario con un brindis y recepción, porque ni con el más surtido banquete tendríamos forma de mitigar su forma insuperable de quebrantarnos y sorprendernos.

Los norteamericanos tienen una frase que describe tal como me siento muy a menudo: waiting for the other shoe to drop. No es que no aprecie lo que tengo, no es que no tenga proyectos estimulantes, pero vivo esperando a que el otro zapato caiga, y como lo más probable es que venga en caída libre, cada día que pasa el zapato gana celeridad, así que cuando finalmente caiga (sobre mi cabeza, no hay duda) dolerá muchísimo. Y por alguna razón estoy convencida que el muy condenado no viene solo. Ha formado una comunidad de zapatos. Vengativa, por cierto. Y un día me ajusticiarán, como una horda de hijos iracundos a los que presté demasiada poca atención. ¿Quiénes son estos zapatos, por qué se fueron, realmente volverán? ¿Serán mis sueños, mi aplomo, mi confianza los que no supe nutrir, conservar? ¿Quiere decir entonces, que desde hace tiempo ando descalza, desprovista de algo esencial? Me agoto a mi misma. No estoy esperando a que el otro zapato caiga, estoy esperando a que se desate una tormenta de zapatos. Y no puedo continuar viviendo como si la muerte me acechara en cada esquina, aunque sea verdad.
Se dice que esta expresión nació a principios del siglo XX. Un sujeto más bien noctámbulo, despierta al vecino de abajo al sentarse en su cama y quitarse el primer zapato. Lo deja caer al suelo escandalosamente. Enseguida recuerda la hora que es y que debe ser silencioso, así que coloca el segundo zapato con toda delicadeza en el piso, de tal forma que no hace ruido. El vecino de abajo, muy molesto, no quiere volver a conciliar el sueño hasta escuchar al otro quitarse el segundo zapato para que no le arruine el sueño por segunda vez y pueda dormir de corrido. Y así nace la tortuosa espera a que el “otro” zapato caiga. (Cualquier parecido a Beckett es mera coincidencia). De lo cual concluyo:
1.    Que la expresión, contrario a lo que yo creía, no se refiere a esperar que algo malo suceda, sino esperar lo inevitable o en todo caso, la conclusión final de algo. Y si es final…¿no debería ofrecernos algún tipo de descanso?
2.    Que si vivimos esperando la caída del miserable zapato… nos quedaremos esperando sin cesar hasta las altas horas de la muerte y así nos las habremos ingeniado para amargarnos la poca o mucha existencia que nos quede, en vez de continuar participando del mundo onírico, o lírico, o anímico al que pertenecemos.

3.    Pero todo esto ya lo sabemos, lo sabemos demasiado bien. Las fórmulas no existen, hay días mejores que otros, no hay con qué darle a los fantasmas. Blah, blah, blah. Yo sólo espero que el día que me toque mi maldita, estúpida tormenta de zapatos, por lo menos… que sean lindos. No se, Gucci, Blahnik, Prada. Sencillito.

Por culpa de un asado y una tira

Por culpa de un asado y una tira
Verónica Segura

(Entrevista)

Me llamo VERÓNICA SEGURA, aunque en realidad tengo entre seis y siete nombres, depende a qué institución se le pregunte. Así somos los mexicanos, nos gustan los nombres largos. Mi edad es flexible: la que el personaje requiera.

La primera vez que visité Buenos Aires fue durante la filmación de un comercial. No tenía mucho tiempo para conocer la ciudad, pero no podía permitirme no hacerlo. Así que me aventuré a recorrerla de noche. Ignorante de sus dimensiones, caminé desde Belgrano hasta Palermo. Mientras peregrinaba por la la avenida Libertador, me detuve frente a un barcito, y pensé “qué lindo sería mandar todo muy lejos, conocer a un guapo, tener una hija con él y dedicarme a escribir”. Jamás calculé que “muy lejos” fuera tomado de manera tan literal, ya que ese barcito resultó ser mi símbolo mexica ("meshica”) cual “águila sobre un nopal”, porque seis años después me estaría mudando a tres cuadras del barcito donde me quedé sin aliento, a fundar mi morada y “reinar”.

Soy actriz y escritora e hice de Buenos Aires mi hogar por culpa de un asado y una telenovela (tira) que nunca se realizó. Yo iba a interpretar a “la muda” de Padre Coraje versión mexicana, para lo que llevaron a varios argentinos a trabajar allá. Un día hubo un asado en casa de uno de los directores y así conocí a mi (futuro) marido, que es editor. Quedó encandilado con todo eso de que estuve en Star Wars II y fui dirigida por George Lucas. Para cuando supo que también era columnista de Playboy, ya había caído redondito bajo mi merced. El cuenta la historia algo distinta, pero no importa. El caso es que nos casamos y tuvimos a nuestra hija en México. Y a poco de haber terminado una maestría en creación literaria, el recibió una propuesta de trabajo en Buenos Aires. Mudarse al sur no fue una decisión fácil, pero el recuerdo de ese barcito de Palermo, mi nopal porteño, me ayudó a ordenar las piezas del rompecabezas, y darle sentido al destino.
 Ahora, hace cinco años que vivo en esta ciudad y cada día soy más porteña… sin querer queriendo, como diría el Chavo. Digo “sin querer”, porque el entorno succiona siempre aunque una se resista, y la efervescencia de Buenos Aires es particularmente contagiosa. No hay lugar más apto para ejercitar la pluma que en el Rosedal, o en San Telmo viendo a una pareja de tangueros que bailan a la gorra, o cerrando los ojos para sentir la vibración de un “gooool” que sacude el edificio. Incluso en la cabina de un taxi, ya que todos los choferes son personajes y si no fuera tan caro viajaría en “tacho” a diario sólo por deporte. Buenos Aires es una fuente de inspiración constante para escribir mis cuentos, redactar las columnas de mi blog Segura de Todo (seguradetodo.blogspot.com.ar), y desarrollar mi primera novela.
Pero lo que más me ha influenciado han sido las mujeres de Buenos Aires, las "Mafaldas”. Aquí están acostumbradas a expresarse, alzar la voz, ser “respondonas”, auto abastecerse, andar solas, salir de noche con amigas. Es algo que ocurre en México pero no es cultural. Aquí sí, y me resulta profundamente liberador.  Así que, si bien extraño la calidez mexicana, a mi familia y las tortillas (y el mole, y las enchiladas, y…), reconozco que como mujer me ha hecho bien esta ciudad.
También digo que me he convertido en porteña “queriendo” porque para retomar mi profesión como actriz tomé clases de "acento porteño" y gracias a eso he trabajado tanto en teatro como en televisión. Ahora, por ejemplo, estoy en una obra que se llama RE-TRATO DE AMOR. Es una historia muy divertida que se presenta los sábados a las 21:00 hrs en EL VITRAL (Rodríguez Peña 344) .
Hace mucho que tenía ganas de hacer comedia y hace mucho que quería pasearme por la calle Corrientes después de haber dado función. Corrientes es Broadway con un twist de tango. ¿Hay algo más sexy?


En definitiva, Buenos Aires es mi hogar y llegué (llegamos) para quedarnos.

¿Quiero creer?



¿Quiero creer?
Verónica Segura

Ayer fue el día mundial del OVNI. Los que saben de qué hablo seguramente habrán celebrado contemplando el cielo en búsqueda de nuevos platillos voladores que confirmen la existencia de seres inteligentes de otro planeta.
Desde el punto de vista científico la investigación es esencial. Pero confieso que nunca he entendido la euforia y obsesión de ciertos fanáticos por comprobar su teoría de vida extraterrestre. Para mi es obvio que no somos los únicos, hasta el Vaticano lo ha sugerido. No se justifica tanto empeño en constatar que hay marcianos entre la gente, como diría Calamaro. Sí, yo se. Enterarse de que hasta en la Luna hay agua y casi todos los planetas de nuestro Sistema Solar están equipados de moléculas orgánicas simples no nos interesa. Ni nuestro posible planeta análogo, Kepler-22b, logró llenarnos el vacío. Lo que queremos es una caja de resonancia, saber que no estamos solos. Nos pasa de niños, ¿no es cierto? No bastan los amigos, los primos, los hermanos… deseamos un mellizo. Y si lo tenemos, queremos una versión mejorada. El humano es así. Busca identificarse a toda costa. Y henos aquí, como novias de pueblo al avistaje del enamorado ausente que cuando se muestra, es de pasadita porque ni del auto se baja, o peor, viene alcoholizado y hasta en el desierto de Nevada se estrella.
Y en cuanto a los enanitos verdes… unos les tienen pavor. Otros no pueden esperar a ser abducidos. Y el resto opina que es un rumor conspirativo. Terror, curiosidad, urgencia, desconfianza… qué semejante es todo esto al amor, tanto propio como ajeno, y funciona exactamente al revés de lo que nos gustaría: primero hay que creer para poder ver.


Yo también me puse a mirar el cielo, pero sólo percibí un espejo… que llora, que brilla, que soy yo, que somos todos, que somos nada. Luego deambulé en búsqueda de seres inteligentes en mi propio planeta.

La Hormona Vigorosa



LA HORMONA VIGOROSA
Por Verónica Segura

No es justo. Una mujer no puede expresar rabia o pecar de incongruencia sin que se asocie de inmediato a su período. Incluso el argumento más irrefutable, la observación más erudita, dicha bajo la influencia de coléricas pasiones, puede ser minimizada y descartada al cesto del desbalance hormonal. Sin embargo, cuando ella admite que se le ha escapado la tortuga y que por un tiempo estará bajo la merced de inusitadas personalidades múltiples, se le acusa de tomar como pretexto al estrógeno para engolosinarse en sus desplantes. Donde te pongas, mi reina. A ver quién te toma en serio.
La respuesta más común departe de los “indefensos” hombres que tienen que tolerar (impávidos, desde luego) las constantes migrañas, los predecibles raptos de llanto, los “dizque” cólicos (similares a las convulsiones que el apéndice tiene justo antes de explotar pero por suerte ya estamos en el quirófano) y esas hemorragias de tan mal gusto es, por su puesto, darnos por nuestro lado. Pero no nos engañan, señores. No sirve. NADA sirve. LO SABEMOS TODO Y NO NOS GUSTA NI UN POQUITO.

Pero les tengo una buena noticia. Lo mejor que pueden hacer por nosotras, no es quitarse del camino, ni posponer esa salida con sus amigos, ni siquiera comprarnos chocolate, sino provocar esa ira. Permítanos desahogarnos. Sólo necesitamos una mini gotita para derramar el vaso y ustedes son expertos en obsequiarnos este tipo de escenarios. El único requerimiento es que, en cuanto la tormenta termine… discúlpense. Profusamente. No pregunten nada. Asuman la culpa de todo, y ofrézcanle una barrita energética a su mujer para subirle la glucosa. Perdón. Te quiero. Abrazo. Beso. Chau. En ese orden. Claro que deberíamos ayudarles exhibiendo algún tipo de advertencia. No sé, los anillos esos del humor no sirven, al menos en mi. Permanecen negros todo el mes. Mejor propongo que anotemos en un calendario gigante los días de nuestro ciclo. De tal suerte que todos puedan vislumbrar protegidos aquello que a lo lejos acecha… ¿Es una epidemia del Síndrome de Tourette? ¿Es una marcha masiva de virus “Drama Queen”? ¡NO! Es… ¡LA HORMONA VIGOROSA!

Sofá


Sofá
Verónica Segura

A mí me gusta la risa que se amasa
se revuelca
que se lanza al estallido descarada
y satisfecha resbala de la gracia

tus dientes trampolines
rebotan carcajadas
y tu lengua como hamaca

pulsa y se infla de barriga hasta hundirse en la garganta

Patología futbolera


Patología futbolera
Verónica Segura


Hace unos días sufrí la más terrible decepción. Caí en cuenta que el hombre, después de todo, es fiel. Sí, es monstruoso lo que digo, pero es así. De hecho, la mayoría están enfermos de monogamia, invadidos hasta la médula de su putrefacta lealtad. El homo sapiens- y lo de sapiens es una gentileza- se lleva al cisne y al pingüino entre las patas y está en la cima del cinco por ciento de las especies consagradas a… su “amor” (no estoy segura que el fútbol se pueda denominar como “pareja”). Tal parece que esta patología futbolera posee, según la ciencia, causas biológicas relacionadas con a una mayor cantidad de receptores de vasopresina a nivel cerebral e incluso también afectaría a las mujeres. Pero es sin duda entre los varones donde hace estragos. La devoción del hombre por su(s) pelota(s) (digo, porque pueden ser varios deportes) no conoce límites. Su equipo puede ir en picada a través de los años, cambiar de técnico ochenta veces, acumular jugadores mediocres y coleccionar goles en contra, que ningún ridículo será lo suficientemente grave para quitarse la camiseta. El fanático con nada se siente traicionado. Pero ya quisiera ver qué marido aguanta una mujer que deteriore físicamente, cambie de amante como de ropa interior, acumule hijos bobos y coleccione fracasos, a ver entonces con qué cara sostiene su promesa eclesiástica. No, ¿verdad? Hay que cuidar de uno mismo y de la relación para mantener el interés del otro. Pero un equipo de fútbol está exento de todo eso: no importa qué tanto lo maltrate, el hincha se tatuará su nombre en las cervicales y jamás lo dejará por otro.

Breakfast with Lucas


Breakfast with Lucas
Verónica Segura

Casi un mes después del Día Internacional de Las Guerras de Las Galaxias publico mi relato de aquella rara ocasión en que, como un sueño de Holly Golightly hecho realidad, desayuné con George Lucas. (Mi tardanza se debe a un cambio de horario gigantesco entre el Planeta Tierra y Naboo. Sepan disculpar).
Reiteradas veces me han preguntado sobre mi experiencia en Star Wars y confieso preocupada que repetí como loro ciertas respuestas que ya he olvidado. Así que antes de que se me descubra una amnesia, una senilidad temprana o un cuadro de valemadrismo grave, me dedico a la tarea de compartir lo qué realmente pasó en ese galpón verde. Sí, verde (verde loro), no azul, como se suele creer. Vayamos desmintiendo eso de la blue screen.

El casting fue cualquiera, para ser honesta, una cosa de nada. Desde luego que no guardaba ninguna esperanza. Pensé que iba a encontrarme con una fila de miles, pero el lugar estaba vacío. Entré como Pedro por mi casa. Fue en los estudios Fox de Sydney (en ese tiempo yo vivía en Australia). Me recibió Robin Gurland, directora de casting. Charlamos relajadísimas. Todo a cámara. Me preguntó si tenía tiempo para que las chicas de vestuario me tomaran las medidas. Creo que agité la cabeza con demasiada vehemencia… no que ella no estuviera acostumbrada a ese tipo de reacciones sobredimensionadas, supongo. Luego el equipo de vestuario me mandó con los de maquillaje. Todos se alegraron de que mi talle y facciones fueran similares a las de Portman. Si tenía o no la capacidad para actuar… Bueno, sigamos.
Pasaron días. Silencio de radio. Completamente lógico. ¿Yo? ¿En “Estar Güars”? Obvio que no. Pues resultó que sí. Estaba en el metro, una estación donde conectan varias líneas. Me llamó mi agente. Todo muy ruidoso. Igual le entendí: quedé para el personaje Cordé. Salté como chapulín. Y aquí es donde hago una pausa para meter todo en contexto: cuando era niña, mi hermano (no yo), era ultra recontra fan. Yo quería jugar a otra cosa y él me “obligaba” a disfrazarme de la princesa Leia, lo cuál estaba perfecto, pero lo que odiaba era detener las naves, hacer ruiditos, mover los monigotes… es decir, efectos especiales. Perdónenme, pero yo nací para estar EN el escenario, no DETRÁS de él y MENOS para ayudar con la técnica. ¿Para qué me produje? O sea… ¡Por favor! Todo esto para que se entienda por qué fue a mi hermano a quién primero llamé. Ahí mismo, larga distancia desde la Estación Central. Escuché por el teléfono cómo su quijada se fue de bruces al piso. Touché. ¿No que no? Ahí tienes a tu “asistente”.
Luego de esa tarde gloriosa siguió más silencio de radio…sepulcral diría yo. Llamé a la producción y mi contrato seguía en pie. Poco después me llamaron para unas pruebas de vestuario y maquillaje. Luego otras… y otras, y otras, y otras. Cada una de varias horas. Muy, muy meticulosos con el arte. Por cierto, el vestido, no se de qué material o de cuántas capas estaba hecho, pero me duplicaba el peso. Lo más genial fue cuando tuve que ir para un escaneo total de mi cuerpo. Sentí que estaba en un hospital del futuro y yo era la mujer biónica. Dije, ¡Sobres! Ya tenemos la muñequita de Cordé.
Pasó más tiempo. Estaba a nada de filmar y aún no tenía el guión. El pánico germinaba en mis vísceras. Días más tarde tocaron a mi puerta un par minotauros vestidos de negro y gafas oscuras. De milagro no portaban rifles. Estuve muy cerca de disculparme por lo que había hecho ese fin de semana en la fiesta de mi amiga. Por suerte fueron rápidos con su entrega. Pensé que sería una advertencia escrita en italiano. En cambio me confiaron dos páginas de El Ataque de Los Clones atravesado con un sello que decía “CONFIDENCIAL” el cual apenas dejaba ver lo decía el libreto.
Quiero dejar en claro que veinte segundos en pantalla no merman la dignidad de mi oficio, ni entonces, ni nunca, y me presté con diligencia y esmero al análisis de mi diálogo. Por desgracia terminé en menos de quince minutos, pero eso no importa. Salí a celebrar con las magníficas olas de Bondi Beach y ya era conocida en todo el barrio.

Llegó el día. Digamos que “descansé”, por llamar a la “taquicardia nocturna con ojos cerrados” de alguna forma, pero lo que se dice dormir, no pude. Creo que me citaron por ahí de las cuatro y media de la madrugada. Mejor. Estaba harta de fingir el sueño. Sólo me lamenté por la migraña que acarreó la ansiedad y el insomnio, pero fuera de eso estaba feliz. Saludé al sereno de la puerta de los estudios como si fuera mi compa. Yo era la dueña.
El cuarto de maquillaje estaba vacío. Comenzaron por las pelucas. Sí, sí, en plural. Eran dos y no ayudaron a mi dolor de cabeza. Lo que se tardaron en sujetarlas… ouch. Entre el vestido y las dos pelucas ya éramos cuatro Verónicas en una. Llegó Natalie. (Así le digo, ¿ven?). Se puso a leer. Moría por saber por qué autor me ignoraba. Me gustó. Discreta. Cada quién en lo suyo. (Por favor salúdame Natalieeeeeeeee). Luego vino Hayden que intercambió algún comentario jocoso con ella y se sentó. Los tres en silencio mientras un experto nos maquillaba. Casi me duermo. Una especie de guardaespaldas nerviosito, equipado de auriculares, walkie talkie y riñonera con todo tipo de herramientas, llegó para llevarme a locación.

…No era yo. No podía ser yo. Eso le estaba pasando a alguien más...

Abrió la puerta metálica para dejarme entrar al hormiguero más espectacular que jamás haya visto. Y entonces mi quijada se fue de bruces al piso. El set era colosal. Había una multitud que iba y venía con tal urgencia que me paralicé. El nerviosito me tomó del brazo para llevarme a una pequeña guarida. Varias veces me choqué con trabajadores que parecían no darse cuenta del accidente. Al fin llegamos a donde había menos tráfico y poca luz. Ahí me estacionó y me advirtió con una sonrisa que no me moviera. (Como si fuera posible, ¡con ochenta kilos de vestuario y pelucas sobre mi cabeza!) Yo seguía muda. Mientras intentaba respirar pensé, lo que estaría increíble sería conocer a Lucas, pero ya se que eso no va a suceder. De pronto divisé a lo lejos a una persona que bien podría parecerse a Lucas. Bueno, qué casualidad, me dije. Al aproximarse me di cuenta que de hecho era Lucas. (Por favor salúdame Georgeeeeeeeeeeee). ¿Saben por qué se dirigía George Lucas hacia donde yo estaba? ¡PARA SALUDARME! Yo no lo puedo creer. Hasta la fecha me sigue sorprendiendo gratamente ese gesto. George Lucas se acercó a mi… para saludarme. Y eso no es todo. Me preguntó COSAS. Que cómo me sentía, que si necesitaba algo, que bienvenida. Qué tipazo, ¿no? Como estaba en un trance, me imagino que he de haber respondido en glosolalia, pero él sonreía sin burla, así que mucho no he de haber metido la pata.

Y por fin… ¡a filmar! Instantáneamente mis piernas adquirieron Parkinson y subieron al set como pudieron. Hicimos algunas tomas. Portman y Morrison unos genios. Lucas sugirió que no llevara zapatos dado que mi personaje acababa de salir volando luego de una explosión. Yo propuse una actuación más contenida y débil por el mismo motivo, quizás Cordé agotaba su último aliento en disculparse. Lucas aceptó animado y la toma quedó como yo la planteé. (Creo que esa fue mi mayor satisfacción). Bueno, eso y que actuar en ese plató fue casi como estar en un escenario a lo Grotowski. Exceptuando el vestuario, habían escasos elementos producto de la “explosión”, unas escaleras que representaban la nave y hielo seco a manera de humo. Desde luego que en edición le agregaron toda clase de efectos, pero en ese momento éramos los actores y no los artificios los que contábamos la historia, y había tanta gente en el lugar que teníamos un público considerable. Fue una experiencia extraordinaria, como estar en Microteatro y Hollywood a la vez.
En un descanso, Lucas me convidó galletas dulces y te de manzanilla con Ahmed Best (Jar Jar). Fue el desayuno más bizarro que jamás he tenido. Volvimos para una escena más y ya era la hora del almuerzo. Lo compartí nada menos que con Anthony Daniels (C-3PO). Un placer. Un hombre tan dulce e interesante... estaba a punto de preguntarle si quería ser mi mejor amigo hasta que recordé que no estaba en tercero de primaria. Pero yo alargaba el postre por saber que no volvería a filmar. No. No me quiero ir. No me saquen de mi fantasía, no me quiten este vestido pesado y maloliente. No quiero volver a mi casa, quiero volar por los aires en medio de esas flamas imaginarias para siempre y pedir perdón: Milady I’m so sorry I failed you senator Milady I’m so sorry I failed you senator Milady I’m so sorry I failed you senator… Pero la encargada de vestuario me desabotonaba más rápido que un pianista lujurioso. Ella criticaba a la producción por el extenso guardarropa ya que sólo era para vender más muñequitos. Sonreí discretamente con la promesa de estar a la venta como una mini Cordé.

Hubiera preferido una tormenta a un día soleado. Ya se que el lugar donde vivía es el paraíso, una playa hermosa, y pude haberme metido a nadar para consolarme. Pero el bajón que siente un actor cuando “su” obra termina, sólo algunos lo entienden. Salí de los estudios Fox para esconderme en mi cama. Resultó que ya no era conocida en el barrio, y el día era feo a pesar de brillar, y la calabaza de Cenicienta no era orgánica. Todo esto me resultaba tan insoportable que debía convertirlo en algo creativo. Así que, después de unas horas de auto compasión, decidí asomar la cabeza por las sábanas y escribirle una carta al buen George en la que me comparaba con un vampiro famélico que tomaba esta experiencia como un suero exquisito que saciaba toda su hambre sólo para dejarlo más insaciable que antes. Ah… y le agradecía por dicha oportunidad.
 
Desde luego nunca escuché respuesta. ¿Lo habré asustado? No importa. Lo que cuenta es que Star Wars me definió como loquita de las artes escénicas… o como escribió Bukowski: encuentra lo que amas y deja que te mate.

Y tal como el personaje de Truman Capote, yo también “terminé” en Buenos Aires, desayunando, no en Tiffany’s, sino en un barcito de San Telmo, y no, nunca hicieron el mentado muñequito plástico de Cordé, al final no comerciaron conmigo en las jugueterías. Mejor, mejor así, porque como dijo Holly Golightly, no le pertenecemos a nadie, ni siquiera a nosotros mismos y además una chica no debe leer (ni escribir) este tipo de cosas sin su lipstick puesto, así que si me disculpan, voy a buscar mi bolso. Chaucito.

Sordera Matrimonial


Sordera Matrimonial
Verónica Segura

Recientemente se ha descubierto un tipo insólito de hipoacusia que no es causado por una enfermedad ni malformación, sino resultado de un traumatismo psicológico del que incluso se reportan casos hereditarios.
Esta pérdida parcial de la capacidad auditiva es poslocutiva, es decir, sobreviene después de adquirir el lenguaje oral. Comienza habitualmente con posterioridad a los tres años y es degenerativa. Dado que nuestra especie sufre la infancia más prolongada del reino animal (a veces hasta de cuarenta años o más), la exposición a largo plazo a la voz de nuestros padres resulta más o menos dañina proporcionalmente a cómo interfieran en nuestras vidas. La mayoría de los individuos que habitan solos logran interrumpir el deterioro. No así los que contraen nupcias. Las cifras muestran que estos sujetos reinciden en el agravio de manera calamitosa. En ocasiones las secuelas tardan en salir a flote. Al principio mostrar conductas amables uno con el otro podría hacernos creer que hemos burlado este tramposo mal. Pero un cariñoso “¿Perdón, qué dijiste?” es tan sólo la semilla de un malhumorado “¡¿Queeeé?!” repetido catorce veces al día, o “Sí, sí, sí…claro.”, muy pronto se convierte en “no tengo la menor idea de lo que estás hablando y francamente mucho no me interesa.” Pasada la luna de miel o el primer año de matrimonio, las víctimas notarán que responden cada vez menos y con más lentitud al llamado vocal de su pareja. 
Los estudios informan que la deficiencia auditiva empeora cuando el dúo se reproduce o adopta hijos. Para entonces el concierto fonético (gritos y llantos en su mayoría) se convierte en un taladro incesante sobre el tímpano que provoca una sensación de mareo propia de quienes montan durante veinticuatro horas ininterrumpidas una montaña rusa en contra de su voluntad. Los integrantes de la familia comienzan a dejar de lado la comunicación oral constructiva para reemplazarla por un lenguaje signado. En su mayoría se trata de gestos ofensivos acompañados de objetos voladores que al estrellarse expresan frustración, lo cual, si bien tiende a irritar a los parientes involucrados, aporta una fuente de entretenimiento para los vecinos. 

Uno pensaría que cuando los hijos dejan la casa, el oído tendería a recuperarse, al igual que la paz y la economía. Pero ocurre justo lo contrario. La paz se va para nunca más volver, la economía empeora como el cuerpo en la vejez, y la hipoacusia selectiva se transforma en cofosis, es decir, sordera total. Esto es porque, junto con la pérdida auditiva natural que deviene de la edad, al llegar la jubilación, los integrantes de la pareja son propensos, no ya a “no soportarse” si no esencialmente a desconocerse. Lo que antaño fue un fastidio, como escuchar las quejas del otro por achaques, laburo o algún familiar (siempre sin hacer nada al respecto), o tolerar horas de cátedras soporíferas y/o chusmerío vacuo, o fletarse la misma anécdota una y otra y otra y otra y otra vez, se distorsiona en algo inadmisible. Llega un momento en que los miembros de la pareja, si todavía siguen juntos, no pueden evitar ignorarse mutuamente y por completo. El lenguaje de signos se sigue practicando pero ya no en forma violenta sino indicativa. Se hace uso del dedo índice para apuntar y de la cabeza para negar, a veces junto con gruñidos cortos y suaves.
Lamentablemente la ciencia no ha descubierto medicamento alguno ni para la sordera matrimonial ni para la unión feliz. Esta última suele darse por milagro y en contadas ocasiones. La primera la padecemos todos, y… no importa mucho nuestro estado civil.





Dulce hamaca


Dulce hamaca
Verónica Segura

Entraría más sol por la ventana...

Amaría sin temor
con más aire
en el silencio
con más calma

Mis siestas serían felinas
despanzurradas
Escucharía los instrumentos de la lluvia
como si fueran sonata

En tus manos
dulce hamaca
amaría certera
de que la vida es larga

Me gusta Barbie


Me gusta Barbie
Verónica Segura

Para Grammy

A veces tener hijos es como estar en un programa de “Big Brother”: uno puede olvidarse de la vigilancia por estar acostumbrado a ella, pero la camarita sigue ahí. Los chicos fingen estar viendo la televisión, jugar con sus muñecos o incluso estar ausentes cuando en realidad nos están examinando. Nos espían hasta con los ojos cerrados. Yo no sé por qué la CIA no los contrata a todos.

El caso es que mientras mi hija se “distraía” con sus crayolas, yo ojeaba las noticias en Internet. Cuando llegó mi marido le señalé incrédula la foto de una jovencita cuyo objetivo -admitía orgullosa- era convertirse en la calca exacta de “Barbie”. Nos miramos con discreción y leímos la nota en silencio. Lo que vimos era desolador: esa niña tenía hambre y no sólo de comida. Lo tremendo es que esto ya se había impuesto como culto. La ucraniana copió a una estadounidense y ambas tenían miles de seguidoras dispuestas a someterse a cuanto régimen y cirugía hiciera falta para asemejarse a la figura de Mattel. Sacudimos la cabeza conteniendo lo mejor posible nuestra desaprobación. Escaso disimulo supongo, porque nuestra hijita nos sorprendió detrás de la silla con una sonrisa radiante. “¡Barbie! ¡Esa, esa me gusta!” Mi marido se apuró a cerrar el navegador. Los dos la llenamos de absurdas explicaciones de por qué lo que vio en realidad era “feo”, no, mejor “ho-rri-ble”. Aseveré que la adolescente era una flaca, con cinturita de avispa y el pecho enor… me tuve que detener. ¿Piernas largas, panza plana, pelo rubio de sirena y tetas firmes? ¡Parecía estar describiendo una Diosa, no la abominación esquelética que apareció en mi pantalla! Mi marido intentó salvarme instruyéndole que lo que no estaba bueno era que parecía una “muñeca”… (¡buaff! Qué asco, ¿no?) “Pero –le susurré– amorcito, nosotros a cada rato, de hecho todos le dicen que parece una muñeca de tan bonita que es.” Nos quedamos mudos, desarmados. Luego arremetí con “la dura verdad” sin importarme que mi hija tuviera sólo tres años: “Mira, corazón, lo que esta señorita tuvo que hacer para verse así fue ir al doctor… ¿ok? ¡Al doctor! …muchas, muchas veces… y le dolió muchisisísimo”. Al ver su pequeño rostro impávido le dije, como narrando las fechorías de la bruja Matuta, que eso se llamaba cirugía plástica. Gracias al cielo, antes de seguir fracasando como madre, entró la llamada de su abuela. “¿Ya le preguntaste qué le gustó de la foto?”, resolvió el dilema. Seguí su consejo y me volvió el alma al cuerpo. “Los lentes”, contestó con esa sencillez que a los padres nos hace sentir unos verdaderos ineptos. Lo que le había gustado eran los lentes de sol. Revisé la nota de la muchachita esperpento. Efectivamente: unas gafas oscuras se posaban sobre su cabeza, foto tras foto. ¿Cómo se me pudieron escapar esos malditos OVNIS polarizados? Hace días que mi nena me venía pidiendo unos justo así, y al verlos reaccionó con júbilo.

 No cabe duda, los hijos son un doctorado en el arte de escuchar y las lecciones se aprenden sólo luego de haber reprobado. En el próximo “examen” le haré preguntas antes de apresurarme a guiarla. Aunque… ya sé que esa prueba será distinta y no estaré en lo absoluto capacitada.