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Un tano que se apellida “Russo”, expatriota yanqui, residente mexicano


Un tano que se apellida “Russo”, expatriota yanqui, residente mexicano
Verónica Segura

Conocimos al Tano por una de esas casualidades felices. Gonza y yo nos mudamos juntos al mes de conocernos a Tlalpan, una zona muy al sur de la Ciudad de México pero que tiene ese saborcito colonial y desolado que de día inspira una nostalgia amable y de noche, un cierto miedo a toparse con la pandilla del barrio. Dentro de todo, un lugar tranquilo. Al desempacar mis cosas, me dijo que quería llevarme a una pizzería que parecía hermosa y quedaba cerca pero no recordaba cómo llegar porque el negocio estaba muy escondido. Esa noche lo buscamos sin suerte. Pasaron dos años y decidimos casarnos. Una boda artesanal y cursi. Es decir, que buscábamos gastar lo menos posible pero con toda la parafernalia. Hasta ese momento mi personalidad había oscilado entre Libertad y Felipe. Pero ahí estábamos, Gonza y yo –convertida en Susanita­–, en un salón frío y caro, así que nos contentamos con pedir los datos del músico quien esa noche tocaba justamente el la recóndita pizzería. Quedamos maravillados con el lugar que resultó ser una exhacienda del siglo XIX donde vivió el primer presidente de la nueva República Mexicana, Don Guadalupe Victoria. Más que pizzería era un salón de eventos con un restaurante al lado. Nos atendió el mismísimo Tano, chef y dueño de “Las Campanas”. De lejos, una figura robusta, cana y medio pelada nos gritó,eh, qué diche–como nos saludaría siempre­–, mientras se acercaba a nosotros con ese andar paulatino y satisfecho. Después de hacernos descostillar de risa durante 15 minutos, se sentó a la mesa y reclinándose hacia atrás en la silla proyectó su rugido barítono hacia la cocina, eh, Ottavio, traiga pizza e pasta para la señore, e vino, traiga vino para la pareja di inamorato. De pronto se levantó como resorte y abrió los brazos, listo para recibir un milagro, eh, siñora Gartzía, qué diche, pase, pase.No contratamos al músico, pero nos casamos en la vieja capilla convertida en salón principal y varios años después, los tres nos hicimos socios con un Café Concert. El “Caffè dell’ Angelo” no fue a ninguna parte, Gonza y yo no teníamos formación gastronómica ni la menor idea de cómo llevar un negocio adelante y Las Campanas era principalmente un lugar de eventos, nuestra propuesta no tenía oportunidad. Pero el Tano nos tuvo paciencia. Quisimos pintar el saloncito, cambiar el menú y mandar a hacer tazas con un nuevo logo. A todo dijo que sí. Las reuniones de trabajo fueron más una sobremesa familiar donde compartimos nuestras glorias, penas, anhelos, chistes picantes e incluso el crecimiento de mi hija. Cuál ha sido tu momento más feliz, le pregunté en una ocasión que me propuse entrevistarlo hasta la médula porque quería hacer un documental de su vida. El Tano tuvo una niñez de hambre, posguerra y un padre ausente. A los 18 abandonó la costa amalfitana para probar suerte en Miami. “Tu vuo’ fa’ ll’americano” por necesidad, no por hacerse el napolitano. La estrategia fue enrolarse en el ejército yanqui para poder seguir con su profesión como residente del país. Trabajó mucho en cruceros, pero también en restaurantes prestigiosos donde atendió personalmente a Frank Sinatra y Marilyn Monroe. Il natzimento di mijo, espetó severo pero con el pecho inflado. Cuántas veces se quejó de que su hijo no lo visitaba nunca y rara vez lo llamaba por teléfono. Pero ese bebé, por ser varón y ser el primero, lo sacudió como nadie podría jamás. Ser testigo de su alumbramiento lo colmó de humildad y cinceló en detalle como hombre. ¿Y el más oscuro?, arriesgué.  Se miró la mano derecha. Le atravesaba una cicatriz gruesa entre el índice y el pulgar. Estaba cortando carne en una máquina defectuosa. Le salvaron los dedos y la movilidad de la mano por pura suerte. Pero pasaron meses en que no pudo ejercer y se fue a pique. Todo así no quiso demandar al distribuidor, hasta que este quiso cobrarle la reparación. Trescientos dólares por el cacho de carne atascado. Quería me suitzidare. Pagó los 300 dólares sin chistar con un apretón de mano izquierda. Tiempo después, el Tano le cobró un millón tras el juicio. Tuvimos que mudarnos de México y hacer de Argentina nuestro nuevo hogar. Nunca perdimos el contacto. Cuando cumplió 70 años, viajamos a Italia para celebrarlo. Conocimos a su hermana, la más viejita, a sus hijos, todos los nietos, el resto de la familia y la casa donde creció. Verlo con su mejor amigo Pepe me rompió un poco el corazón. Entendí la falta que le hacía tener a su “cuate”, a su “compa” del alma, quizás porque me pasa lo mismo. Y uno se pregunta cómo a sus 70 y tantos, con los suficientes fondos, un oriundo de Italia desaprovecha un paraíso como Sorrento, o Meta, o cualquier refugio del mundo para el caso. Pero el oxígeno del Tano es el arte culinario y en México están décadas de su obra y todos sus contactos. En un principio me sorprendió descubrir que su pesadilla fuera aquél accidente y no, por ejemplo, la vez que entraron a su casa a robar. Lo golpearon, amenazaron con armas y lo tuvieron atado durante horas. O la vez que se comprometió enamoradísimo con aquella arpía que terminó haciéndole juicio y destruyéndole el auto. O peor aún, la vez que finalmente compraron la exhacienda y tuvo que cerrar “Las Campanas” para volver a empezar de cero. Pero supongo que perder la herramienta principal de trabajo, ese que nos gusta hacer, o el que sentimos que es el único que sabemos hacer, en efecto debe ser la muerte. Quizás no tenga el mismo vigor que hace 15 años, pero por suerte sabemos dónde encontrarlo: una trattoria en la zona de Coyoacán. Y sabemos que estará de pie, haciendo reír a alguien mientras le grita ¡eh, qué diche!