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Somos la materia
Cuando era niña –no se exactamente en qué grado de primaria– recuerdo haber tenido una enorme confusión. En general no comprendía la mayoría de las lecciones del colegio, pero me ocurría particularmente con un concepto: el globo terráqueo. Una tarde me animé a acercarme a la maestra que recogía sus cosas mientras los últimos niños salían hiperexcitados del salón. El primer problema era cómo formular la pregunta porque no sabía con precisión qué era lo que ignoraba, lo cual, tenerlo definido, siempre es un gran avance. Así que me aventuré a contarle mi propia teoría de los viajes espaciales y comunicarle mi gran preocupación por el planeta. Pensaba que vivíamos dentro de una roca y que para salir de ella, debíamos agujerearla. De ahí se derivaban muchas problemáticas, pues cómo era que el cielo, tan elegante con sus nubes y fogonazos color flamingo, podía existir dentro de una piedra maciza, y cómo haríamos para que nuestra preciada sustancia etérea no se desvaneciera si continuábamos agujereando nuestra roca. Y cosas rocosas por el estilo. Cuando finalmente comprendí la estructura atmosférica, no podía creer que viviéramos sobre una roca, no dentro de ella, y no hubiera techo alguno. Nunca antes las manzanas de Newton habían cobrado tanto sentido. Salí al patio muy despacio. Me paré en puntitas y miré al sol. Si por azares del destino la gravedad dejara de surtir efecto sobre mi cuerpo, yo me desprendería del planeta, dando giros hasta salir de órbita y flotar en el espacio, como un globo que se le corta el cordón y se le pierde la pista en la nada. No mucho tiempo después, aprendí que la misma nada existe dentro de nosotros, y que los electrones deambulan alrededor de un núcleo recorriendo su propio microuniverso vacío. Desde lo más enorme a lo más pequeñito, está hecho, muy en el fondo, de absolutamente nada. Mi alma todavía era muy joven para sonreír ante la ironía. Es decir, que este vacío que yo siento, que he sentido siempre, no es sólo mío, sino del mundo, es galáctico, es la materia de la cual están hechas todas las cosas. Y en su momento, porque aun no tenía en mi haber existencial siquiera dos cifras, me causó angustia. Pero hoy, que he mirado al vacío por casi medio siglo, compruebo lo poblado que está el cielo, y la tierra, y pienso en Shakespeare. Sin haber modificado la ley de la gravedad, las cosas no tienen el mismo peso que tenían entonces. Quizás el vacío por momentos se ilumina, y me doy cuenta que sí, que estamos hechos de la misma materia de los sueños, y nuestra vida se completa con un sueño.
Chile para todas
Hoy, al desayuno, le mostré a mi persona elegida para pasar el resto de mi vida una noticia que a los dos nos llenó de júbilo: la Cámara de Diputados de Chile aprobó una ley que busca promover y garantizar los derechos de las personas menstruantes, erradicando del comunicado la palabra “mujer”. Al principio no entendíamos de qué derechos se trataban, pero de igual forma nos alegró, principalmente porque al fin un organismo político tuvo el coraje de vetar ese peyorativo con el que se nos ha referido durante siglos. Parte de la moción es para integrar a las personas transgénero y no binarias, cuyas descripciones también son peyorativas, por lo cual todas, todos y todes estamos encantadas de ser definidas por los coágulos que involuntariamente desecha nuestro cuerpo de entre 3 a 7 días al mes. Uno se preguntará, qué pasa con las que aún no se desarrollaron, las que ya alcanzaron la menopausia, o incluso con las que no están “en sus días”, es decir, con los seres humanos que no están en situación de menstruar. ¿Si han perdido su capacidad de menstruar, en qué ser viviente del reino animal se convierten? Es muy sencillo. Siguen siendo seres humanos, pero pasan a definirse por lo que no tienen: pene. Sin embargo, para no ofender a nadie, habrá que definirlas como “personas con genitales especiales”. Porque todos somos iguales, por eso es tan importante la diversidad. Y no me parece justo que haya quien afirme que esto es reduccionismo, solo basta analizar qué derechos se están defendiendo. No se trata de eliminar los impuestos de las toallitas, tampones o copas, no. Si no, ¿cómo se financia el estado? Lo que Chile quiere hacer es implementar programas (que pagarán los ciudadanos con sus impuestos) para informar sobre la menstruación, porque la gran mayoría de la población ignora estos temas biológicos y constantemente los adjudica a accidentes varios y mal de ojo. También quieren capacitar a los profesionales, porque la ginecología es una rama de la medicina muy nueva. Pero sobre todo, su objetivo primordial es someter a los productos de gestión menstrual a un control riguroso de seguridad, porque en definitiva son de naturaleza temeraria y han producido incontables fatalidades. Usar compresas es un deporte de riesgo. Aunque ahora, gracias al cielo, y a Chile desde luego, menstruar se ha convertido para todas, todos y todes en una gestión libre y digna. ¿Cómo no estar feliz con tan excelentes noticias? Así que con el alma tranquila, me despedí de mi persona eyaculante y me puse a acariciar a mi persona en situación de felino doméstico.