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Barbie
Verónica Segura
Para Grammy
A veces tener hijos es como
estar en un programa de “Big Brother”: uno puede olvidarse de la vigilancia por
estar acostumbrado a ella, pero la camarita sigue ahí. Los chicos fingen estar
viendo la televisión, jugar con sus muñecos o incluso estar ausentes cuando en
realidad nos están examinando. Nos espían hasta con los ojos cerrados. Yo no sé
por qué la CIA no los contrata a todos.
El caso es que mientras mi hija se “distraía” con sus crayolas,
yo ojeaba las noticias en Internet. Cuando llegó mi marido le señalé incrédula
la foto de una jovencita cuyo objetivo -admitía orgullosa- era convertirse en
la calca exacta de “Barbie”. Nos miramos con discreción y leímos la nota en
silencio. Lo que vimos era desolador: esa niña tenía hambre y no sólo de
comida. Lo tremendo es que esto ya se había impuesto como culto. La ucraniana copió
a una estadounidense y ambas tenían miles de seguidoras dispuestas a someterse
a cuanto régimen y cirugía hiciera falta para asemejarse a la figura de Mattel.
Sacudimos la cabeza conteniendo lo mejor posible nuestra desaprobación. Escaso
disimulo supongo, porque nuestra hijita nos sorprendió detrás de la silla con una
sonrisa radiante. “¡Barbie! ¡Esa, esa me gusta!” Mi marido se apuró a cerrar el
navegador. Los dos la llenamos de absurdas explicaciones de por qué lo que vio
en realidad era “feo”, no, mejor “ho-rri-ble”. Aseveré
que la adolescente era una flaca, con
cinturita de avispa y el pecho enor… me tuve que detener. ¿Piernas largas,
panza plana, pelo rubio de sirena y tetas firmes? ¡Parecía estar describiendo una
Diosa, no la abominación esquelética que apareció en mi pantalla! Mi marido
intentó salvarme instruyéndole que lo que no estaba bueno era que parecía una “muñeca”…
(¡buaff! Qué asco, ¿no?) “Pero –le susurré– amorcito, nosotros a cada rato, de
hecho todos le dicen que parece una
muñeca de tan bonita que es.” Nos quedamos mudos, desarmados. Luego arremetí
con “la dura verdad” sin importarme que mi hija tuviera sólo tres años: “Mira,
corazón, lo que esta señorita tuvo que hacer para verse así fue ir al doctor… ¿ok?
¡Al doctor! …muchas, muchas veces… y
le dolió muchisisísimo”. Al ver su pequeño rostro impávido le dije, como
narrando las fechorías de la bruja Matuta, que eso se llamaba cirugía plástica. Gracias al cielo,
antes de seguir fracasando como madre, entró la llamada de su abuela. “¿Ya le
preguntaste qué le gustó de la foto?”,
resolvió el dilema. Seguí su consejo y me volvió el alma al cuerpo. “Los
lentes”, contestó con esa sencillez que a los padres nos hace sentir unos
verdaderos ineptos. Lo que le había gustado eran los lentes de sol. Revisé la
nota de la muchachita esperpento. Efectivamente: unas gafas oscuras se posaban
sobre su cabeza, foto tras foto. ¿Cómo se me pudieron escapar esos malditos
OVNIS polarizados? Hace días que mi nena me venía pidiendo unos justo así, y al
verlos reaccionó con júbilo.
No cabe duda, los hijos son
un doctorado en el arte de escuchar y las lecciones se aprenden sólo luego de
haber reprobado. En el próximo “examen” le haré preguntas antes de apresurarme
a guiarla. Aunque… ya sé que esa prueba será distinta y no estaré en lo
absoluto capacitada.