Arrullo cervezas en el almacén
Verónica Segura
Estoy en la fila de “10 artículos o menos”. Tendría que ir más rápido que las
otras, donde los carritos van repletos como para alimentar a un pelotón, pero no
avanza. Llevo una bolsa de tela reciclable hasta el tope y un six-pack en el
brazo derecho. La gente mira la pantalla de sus teléfonos mientras yo abrazo por
completo el paquete de cervezas y me comienzo a mecer. No es algo que decido,
simplemente estoy programada para estrechar el bulto, balancearme y tararear. Y
eso no es todo: estoy programada para hacerlo con cualquier bulto, en cualquier
lugar, a cualquier hora. Me di cuenta ahí mismo, ese día. No importa que haya
pasado más de una década de mi embarazo. Parí, amamanté, pasé noches en vela
calmando el llanto de un crío, sacudí con furia un carrito para que el bebé
finalmente se durmiera. Sentí el pavor de la madre primeriza y de a poco se me
fue quitando, y día a día acumulé nuevos miedos a los cuales también me
sobrepuse. Aunque confieso que esto no fue lo único que se activó a partir de la
maternidad. También se despertó mi niña interior con renovadas fuerzas. Necesité
más que nunca el abrazo de mi madre, su protección, su consejo. Esos fantasmas
infantiles que creí haber enterrado, salieron intactos de la tumba. Supongo que
uno nunca deja de ser niño, solo hace falta el contexto adecuado para que su
vulnerabilidad salga a flote. Pero niños somos todos y es algo que de alguna
manera se puede madurar. Lo que quiero decir, es que con la llegada de mi hija
se dio un desdoblamiento múltiple: al convertirme en su madre también me
transformé en mi propia madre, y al necesitar más de mi madre, pude acercarme a
ella de una forma maternal que me ayudó a comprenderla como nunca antes hubiera
podido –con vista de pájaro– al integrar todas las piezas de ese ser humano que
me gestó y me crió. Pareciera que hay una mutación que sucede cuando somos
progenitores. Soy mujer y di a luz, por eso hablo desde mi experiencia, pero
estoy segura que también le pasa a los hombres y a la gente que adopta: una vez
“madre”, siempre una madre. No se puede evitar, si tengo un bulto el los brazos
lo voy a contener, le voy a dar calor, y voy a hacer lo imposible para que las
cervezas salgan del almacén dormidas, tranquilas y soñando bonito.
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