Verónica
Segura
A
veces ocurre que voy por la calle y un rostro me parece conocido, pero no logro
ubicar su contexto. Y no es que me recuerde a alguien, estoy segura de que
hemos tenido contacto previo, y es ese intercambio que evoco aunque las
coordenadas me sean borrosas. Se de cierto que esa persona en algún momento no
me trató bien, o por el contrario, que fue especialmente amable y siento ganas
de abrazarla aunque no exista vínculo y de buenas a primeras no nos registremos.
Me pregunto si así será la reencarnación, suponiendo que exista. Uno intuye de
golpe esa relación “pasada” aunque la memoria, en blanco, no ofrezca ningún
dato. Después caemos en cuenta que tal tipo es el dueño del almacén, o que esa
señorita es la que vende fruta y la relación de “otra vida” se convierte en una
del presente. Esto generalmente pasa cuando uno se muda de país o de barrio,
pero igual puede suceder si se lleva años en el mismo lugar. Constantemente
reconocemos y negamos. Ponemos en duda nuestro olfato por no ser racional. Pero
ese olfato es nuestra brújula y deberíamos obedecer lo que nos dicta. ¿Cuántas
veces lo primero que emerge de un encuentro son las ganas de profundizar el
nexo, o de concluir aquél asunto pendiente, o una incomodidad que nos alerta
que debemos alejarnos, y sin embargo hacemos todo lo contrario?
Reencarnemos pues, en esta vida, al ser salvaje
que detecta desde lejos tanto a sus depredadores como a su tribu, y es
consecuente con dicha información.
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