Los vestidos de
Peter Pan
Verónica
Segura
Hace tiempo,
leí una nota sobre Paul, un canadiense transgénero de aproximadamente 50 años
que dejó a su mujer y a sus siete hijos para poder cumplir su sueño de vivir
como una nena de seis años. Según los reportes, la exesposa siempre supo que
Paul gustaba vestir de mujer, pero esta costumbre (junto con sus problemas
laborales y antecedentes penales, los cuales los medios no esclarecen),
terminaron por fastidiarla poniéndole así un ultimátum: o cambias o te vas. ¡Imposible!, argumentó Paul, ya que era
como si le pidiese que “alterara su propia estatura”, por lo que decidió que
era más fácil cambiar de dirección, género y edad que convertirse en alguien
“normal”. Fue entonces que Paul se hizo Stefonknee Wolscht y se mudó a Toronto
a defender los derechos de los transgénero. Luego de más trabajos fallidos,
problemas con la ley e intentos suicidas, llegó a la conclusión que la única
forma de tolerar este mundo cruel era olvidarse de toda responsabilidad, como
solo podría hacerlo un niño. Bueno, una niña, de preferencia. El sueño de Paul,
ahora Stef, siempre había sido ser una nena de seis años y esta vez nada la
pararía. Créalo o no el lector, Stef encontró a una pareja que la adoptara. En
una entrevista declara lo relajante que le resulta ser mimada por sus padres
adoptivos, y poder invitar a casa algunos amigos a tomar la leche y dibujar.
La cobertura mediática fue
extensa y la noticia causó revuelo. Stefonknee despertó el fanatismo y la ira
de muchos. Algunos la convirtieron en heroína por el coraje de aceptarse en
público, cumplir su sueño y defender a un sector tan lastimado y con poca
representación. Otros, lo repudiaron -aún llamándolo Paul- por la cobardía de
abandonar a su familia y la aberración de pretender ser una niña (sobre todo
considerando que Stefonknee quiere
decir literalmente Stef-on-knee, es decir, “Stef sobre la rodilla”, o “Stef
sentada sobre el regazo de alguien”, nombre que muchos tomaron como una alusión
pedófila).
En el caso
específico de Stefonknee, no se qué trasgresión nos conflictúa más, si su
inmadurez, su sexualidad, o la combinación de ambas. Sin embargo, no se puede
negar que su caso amplía el espectro de lo trans
abriendo la posibilidad para un nuevo término: transedad. Imaginemos que surgiera un movimiento social para
defender los derechos de aquellos cuya edad o conducta no se ajusta a la fecha
de nacimiento que se les asignó el día de su alumbramiento. Y que tuvieran
tanto éxito que lograran que los transedad
pudieran modificar sus datos en el documento de identificación oficial. Habría
quienes podrían eludir el servicio militar, recibir la jubilación antes de
tiempo, u obtener beneficios o descuentos para menores de ocho años o seniors, según el caso. No faltaría el
vivo que se pusiera a estudiar las leyes de su país para sopesar qué es más
conveniente, si retroceder en el tiempo porque “en el fondo siempre seré un
niño”, o apelar a la sabiduría de un “alma vieja”, por aquello de sus múltiples
reencarnaciones. Quizás algunos se arrepentirían de su crecimiento súbito al
ver que pagar impuestos es peor pesadilla que obedecer al profesor, o lamentarían
su regresión al verse obligados a terminar todo
el estofado de verduras que mamá suegra les sirvió en el plato. Pero esto ya suena
a conjuro.
Desde luego que Stefonknee
no inventó la autonepiofilia. Hay mucha gente que desea ser tratada como un
niño pequeño y que incluso lleva su infantilismo a un nivel parafílico al usar
pañales, chupetes, baberos y demás objetos para criaturas. La diferencia es que
las personas que así se comportan, por lo general están conscientes de ser
adultas, saben que es un “juego de rol”, no lo hacen todo el tiempo, y
entienden que lo que los motiva es recrear una infancia que no tuvieron, donde
se pueda estar a salvo y feliz. Seguramente Paul tuvo una niñez complicada y la
Stefonknee de seis años viene a tomar el control de su pasado y remendar sus
desgracias. Sin embargo, cuántos de nosotros nos aferramos a una etapa del
pasado o conducta inmadura sin admitirlo, ni siquiera entenderlo?
Se
que es difícil tomar en serio a una persona de cien kilos, voz grave, aspecto
viril, calvicie incipiente y patas de gallo que viste con ropa de niña y además
dice tener seis años. Pero, ¿podría Stefonkee parecerse más a nosotros de los que nos
damos cuenta? A ella le gusta armar rompecabezas, como muchos seguimos
disfrutando de los videojuegos (pasatiempo cincuenta veces más caro, dicho sea
de paso). Creo que
todos nos hemos topado con algún estigma social que decreta que solo podemos
cometer ciertos errores hasta equis edad, o que antes de cumplir tantos años ya
deberíamos de haber alcanzado tales o cuales metas. Pero ¿no es la edad un poco como los
talles? Cada marca maneja los números a su antojo, como cada quién tiene su
propio ritmo. A veces la vida nos sobrepasa y daríamos lo que fuera por volver
a esa etapa donde los problemas no tenían el mismo peso, alguien más cuidaba de
nosotros y nuestra imaginación realmente funcionaba como una alfombra mágica.
Si bien la
ciencia insiste en extender la vida, pienso que en el fondo no nos
interesa tanto matar a la muerte, sino al tiempo, y con esto, a alguna que otra
obligación. Quizás no buscamos la inmortalidad, sino la juventud vitalicia. Tanto así, que incluso
sometiéndonos a tratamientos dermatológicos, nutricionales, médicos y
deportivos capaces de devolvernos belleza y vigor, y añadir años a nuestra
vida, seguimos insatisfechos. Porque la inocencia es irrecuperable (como la
madurez es de lenta cocción) y eso es lo que hace que la transedad sea imposible. Aún más, todo el tiempo estamos perdiendo
la inocencia, no ocurre solo una vez, como cuando se pierde la virginidad: es
un proceso que duele y que nos acompaña toda la vida.
Convengamos que
casi nadie esta preparado para ser adulto -como
nadie está preparado para ser padre, o estudiante, o mesero, o director de
orquesta- la madurez también es algo que se aprende. Quizás no nos falten
agallas o inteligencia, sino referentes. No crecimos en una cultura que valore
a los viejos. No fungen más como nuestros guías, son estorbos, son los
apestados. ¿Así cómo nos va a entusiasmar crecer? Entonces alguien como
Stefonknee, habiendo tenido una niñez espantosa, le resulta más atractivo reconstruir
esa etapa, que integrar los distintos capítulos de su vida, hacerse cargo de
sus heridas y errores, y continuar como un mujer adulta.
A veces pareciera
que la experiencia estuviese ligada al daño y echara todo a perder. Para unos la
cosa se vuelva repetitiva, como si ya lo hubiesen visto todo, para otros
demasiado horrible y prefieren no enterarse más. De niños ansiábamos explorar
el mundo y nos maravillábamos fácilmente. Tal vez esta necesidad de asombrarse sea
la semilla que más tarde florece en compasión,
eso que también inquieta y ablanda, pero al identificarse con los demás. Quizás
dejarse conmover sea la forma de llegar a un significado más profundo donde el
conocimiento ya no perjudica, si no se vuelve útil.
De niños ansiábamos
cumplir años. Quizás crecer deba seguir siendo nuestra aventura.
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