Para que me saquen de ahí
Fui directo al grano. Detesto improvisar el típico discurso de “estoy en eso” y toda esa farsa de los “proyectos en puerta” que deben guardarse en secreto porque no vaya a ser que se arrepientan de pasar. “Nada”, dije, “ni el teatro más under, nada”. Continué enlistando mis otras ocupaciones, ninguna redituable, por supuesto. Hubo un cambio en su mirada, una luz. Su rostro– o la totalidad de su cabeza– afirmaba con prisa inexplicable. ¿Se animaba él también a sincerarse? La última vez que lo vi fue en la sala de espera de un casting– ya había tenido la oportunidad de trabajar con él, un actor serio, entrenado y con los pies bien en la tierra–, esa tarde me dio el siguiente consejo: cuando te contraten para un rol menor, no aceptes el pago de un rol menor, cobra más, porque no te van a volver a contratar para un mejor personaje, no estás construyendo nada con ellos, esta es tu única oportunidad para negociar. En esa ocasión me dijo que antes de ser actor fue administrador de empresas, y ahora su profesión volvía a tomar un giro. “Yo estoy cantando todos los días en el subte”, declaró casi con cierto orgullo y quise saberlo todo.
– Pues mira, durante algunos años mandé aproximadamente 300 currículums por mes. Y me seguía diciendo, va a salir, va a salir, algo tiene que salir… y nunca salió nada.
– ¿Pero a dónde mandaste, sólo a audiovisuales o…?
– No, no, no, a toda clase de rubros. Gastronomía, administración, marketing, atención al cliente, ¡todo! No salió nada, me terminé mis ahorros.
– ¿No tuviste una sola oferta?
– La verdad tuve muy pocas. Muy pocas y muy malas. Ningún sueldo alcanzaba. En mi casa somos tres, mi mujer, mi suegra y yo. Tengo ciertas necesidades, lo que me ofrecían era risible. Considerando el transporte y las horas que le tenía que meter, no daba.
– ¿Tu mujer trabaja?
– Sí, lo que puede. Es venezolana. También la está luchando. No alcanza. Un día me harté y le dije, me voy a cantar al subte. Casi se infarta. No, cómo crees, me dijo. ¡Sí, me voy! Mi mujer horrorizada. Y me fui a cantar a capela. Me fue bien. Como soy administrador, quise hacer un esquema de todo, sacarle la lógica, y no pude. Simplemente hay días mejores que otros.
– Pero, cómo así… ¿un día te lanzaste a la aventura sin más, no te dio miedo?
– (Ríe) Lo que hice fue un estudio de mercado, me puse a seguir a los músicos durante dos semanas, no me quería arriesgar.
– ¡Ah, bueno, el inspector Clouseau!
– Y… ¡es la calle! Ahí me di cuenta que tenían todo estructurado, por horarios, por líneas. Los músicos que llevan más tiempo tocando tienen prioridad. Es una especie de sindicato no reglamentado.
– ¿Pero quién está al mando?
– Ellos mismos, son muy organizados.
– ¿Y lo que ganas ahora es mejor que el sueldo de esas pocas ofertas que tuviste?
– ¡Ni se diga, gano el doble! Entonces, para que me saquen de ahí abajo, me tienen que ofrecer al menos un 50% más de lo que gano por hora (hago un promedio mensual), si no, no acepto ningún trabajo, aunque sea de actuación, no me importa, mi familia tiene que comer.
– Claro. ¿Has tenido alguna mala experiencia… borrachos, drogados, violentos?
– No, bueno, siempre está el borracho que se te cuelga del cuello a cantar, pero estoy acostumbrado. Muchos vendedores ambulantes se enojan porque creen que les sacamos clientes, entonces hay líneas en las que tratamos de no cruzarnos con ellos.
– ¿Algo que te haya sorprendido?
– (Piensa unos segundos). Sí. Mira, yo toco para ganar dinero, no para que un día me descubran. Así que me enfoco en lo que creo que a la gente le gusta, en lo que pienso que va a vender. Qué sé yo, rock, pop, blues y antes también tocaba boleros hasta que una chica se enojó muchísimo y me empezó a gritar que era un machista, que por qué cantaba eso… me dijo de todo y bueno. Desde entonces ya no canto Boleros.
– ¿Alguna experiencia linda?
– ¡Sí, cómo no! Me encanta cuando los viejitos se ponen a bailar.
– Caray… son circunstancias desafortunadas las que te llevaron a hacer esto, pero al menos estas haciendo algo que te gusta, ¿no crees?
– No sé si me gusta. Lo que me gustaría es que un teatro me contrate, que la gente pague por ir a verme, sentirme más protegido. A fin de cuentas es la calle. Gano bien, pero me disgusta que la gente sienta que pido limosna porque no es así. Yo no pido limosna por más que los invite a cooperar, yo estoy dando un show.
– Claro. ¿Cuántas horas trabajas al día?
– 10 horas, a veces 12.
– ¿No te lastima la voz?
– No, la tengo muy entrenada. Lo que tengo hecho pedazos son los dedos. Hace 3 años que agarré la guitarra y mira…
Extendió las palmas. Sus yemas eran callos rajados por el medio. ¿Así su huella, su identidad? Me hizo pensar en la bailarina frenética del cuento de Las zapatillas rojas. Es interesante como aquello que nos lastima puede ayudar a endurecernos lo suficiente para sobrevivir. Pero algo tiene que ceder. Si el verdugo no rompe el hechizo de las zapatillas, estamos condenados a desangrarnos sin poder recobrar fuerzas y salir favorecidos de la adversidad.
Yo no escuchaba a un actor quejándose del desempleo. Lo suyo fue un testimonio –uno más de tantos– de cómo una persona debe cargar con el fracaso de un país, una época, una sociedad. Aún así, todos los días se obliga a generar dignidad, recursos y tesón con el único objetivo de proveer para su familia. Espero que siga con la música ya que es un gran artista, pero con manos renovadas y sin dolor.
Vero, me agarro desde el mero principio y no pude dejar de leerlo. Me gusto muchisimo como narras esta situacion de personas preparadas que no encuentran trabajo y que es tan comun en tantos paises del mundo y es lo vivimos aqui, en los nuestros.
ResponderEliminarFelicidades!! Chave.
Espejo de la realidad que tantas veces ignoramos y no comprendemos,Gracias por por quitarnos la venda y dejarnos ver con el corazon, aunque solo sea por un momento.
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