Verónica Segura
Hace unos días salió una nota en el diario anunciando que las princesas
de Disney “ya no necesitan a un hombre que las salve”. Finalmente están libres
de esperar dormidas hasta que al príncipe azul se le antoje besarlas para que
puedan despertar y continuar con su vida. Decía que los creadores de las nuevas
películas se inspiran en sus hijas, tomando el pulso de la mujer del siglo XXI.
Así, el “amor verdadero” ahora es uno entre hermanas, no romántico, y el beso
que rompe un hechizo sería el de una madre arrepentida, no el de un galán
todopoderoso.
Buenísimo, me encanta. Las nenas
aprenderán de ejemplos aguerridos, independientes, de mujeres que se ayudan en
vez de competir, que no se confinan a un sólo rol, sea doméstico o malévolo,
verán al matrimonio como parte de la vida, no como su único fin, y millones de
otras lecciones emancipadoras. Excepto que… ¿y las medidas anatómicas? ¿Estas
no se modifican, siguen siendo igual de raquíticas? ¿Labios de colágeno, cinturita
de avispa, frente de botox, pechos de silicona, nariz de rinoplastia? ¿Disney y
Mattel nos dan permiso de ser emprendedoras, hábiles, fortachonas, aventureras,
solidarias entre nosotras, equitativas con los hombres, profesionales inclusive…
si y sólo si mantenemos el maquillaje impecable, peinado de salón de belleza y
unas dimensiones que no existen en la naturaleza?
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