Verónica Segura
Si bien la tecnología nos ha ofrecido
maravillas como telescopios, cirugía láser y energía eólica, también ha logrado
invadirnos con mensajitos incesantes que logran alcanzarnos aunque apaguemos el
celular. Los que más odio son aquellos que nos “advierten” de la última
jugarreta en boga de los rufianes. Que si vienen trajeados y elegantes, que si
piden limosna en silla de ruedas, que si te ofrecen un papel infestado de algo
que paraliza el cuerpo, que si requieren ayuda con el teléfono público (cuando
existían)… historias, que si pasaron, para cuando llegan al “chat” se han
distorsionado tanto que uno se pregunta “¿y por qué no simplemente te asaltaron
desde el principio?” Por lo general suena a un relato hollywoodense. ¿Por qué
los agresores complican tanto la trama? Tal vez porque sin enredos no hay trama y sin miedo no hay enemigo, y a todos nos gusta ir al cine. Desde luego que no
vivo en un jardín de rosas. Ya se que el mundo es peligroso. Peligrosísimo.
Horrendamente amenazador. Pero no necesito escuchar la última tragedia del día
para ser cautelosa. No hablo con desconocidos, no tomo volantes publicitarios,
no visto ostentosamente, no voy por la calle papando moscas y en pocas palabras
no confío en absolutamente nadie. No soy huraña… soy lo que le sigue. Me cuido,
algunos dirían que exagero. Así que no quiero escuchar más que buenas noticias
porque me confieso vulnerable y de fácil contagio a la angustia y paranoia, y
la paso muy mal sin siquiera haber sido delinquida. Una cosa es alertar y otra
alarmar. Y nadie lo puede expresar mejor que el buen Ferra: Dejame. De romper.
Las pelotas.
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