Segura de Todo
El blog de Verónica Segura
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Batigato
Batigato
Verónica Segura
Ayer fue el día internacional del gato y por tal motivo me gustaría dedicarle unas líneas a mi compañero motorizado de lengua rasposa por llenar mis días de sabrosura con su andar arisco. Es difícil creer que tiene una personalidad tan definida dado que se la pasa tumbado todo el tiempo, pero ustedes mismos la descubrirán a través de este retrato escrito. A veces le hacemos un mimo y con ese tono ridículo con el que se le habla a las mascotas le preguntamos, y tú para qué sirves, Chamoy. Cuando se estira, es como si hiciera toda la secuencia del saludo al sol, incluyendo yoga de cara expandiendo la mandíbula en un bostezo frenético, luego da cinco vueltitas en su mismo eje, se detiene en seco, se lanza a un costado con un impulso franco que no coincide con su sopor, y ahí echado se ofrece unos segundos para quien quiera rascarle el pecho. Por último, se encapsula como bicho bolita escondiendo la cara entre sus patas, permaneciendo así un largo rato. Tiene un pelaje suave y esponjoso, podría decirse que blanco, pero cubierto con un traje marrón muy misterioso: media capa, cola pintada y antifaz. A pesar de que ronronea a la menor provocación, no es muy sociable. No es que se esconda, en todo caso prefiere observar. Está muy apegado al momento en que le sirvo la cena. No importa qué tan lleno siga su plato, recibir alimento es el ritual más importante del día. Me avisa que ya es hora mordiendo mi tobillo, si llega a pescar un cacho de pantalón, mejor, así puede jalarme hasta la cocina para hacerme saber qué es lo que quiere. Lo mismo hace cuando es hora de salir al balcón. Lejos de desgañitarse, me muerde y arrastra al problema para que lo resuelva. Yo lo dejo salir aunque llueva. Le gusta que el viento sople fuerte, quizás se sienta modelo de producto capilar. Ya llegó la hora Pantere, le decimos. El nos ignora. Parpadea rápido y enchina los ojos alzando su naricita una y otra vez. ¿Qué olerá? Después de mirar a los vecinos, cruza el departamento a la otra ventana, donde los pájaros han hecho su nido y se le desorbita la mirada fantaseando con su “delivery”. Adora estorbar. Es un obstaculizador profesional. En cuanto te ve venir, sobre todo si traes prisa, se lanza en medio del camino a ver si logra robar un mimo o hacerte tropezar, lo que venga primero. Claro que si tienes ganas de besuquearlo, él no quiere saber nada. Si tu intención es sentarte a la mesa, se apura a ocupar tu silla. Es muy territorial. Si viene un desconocido a arreglar algo, digamos el plomero o el electricista, por ejemplo, se tira al piso lo más ancho que le de el cuerpo en el lugar donde esté trabajando la persona, como para decir: solo quiero que sepas que esta es mi casa, y yo aquí soy el Rey, y te estoy observando, y por ahí hasta sé dónde vives. Parece mentira, pero siempre hace caca justo cuando nos ponemos a cocinar. Tal vez sepa lo mucho que le revienta a mi marido o sea una venganza por no dejarlo dormir en la cama. Yo me doy cuenta enseguida porque pone su hociquito como para decir “u”, y cuando el deshecho empieza a salir ahí es como que mandara besos, diciendo ua-ua-ua sin sonido. Cuando hace pis su postura es completamente distinta. Se pone cara contra la pared, orejas de avión y cadera abierta. Es obvio cuando va a vomitar, maúlla de una forma grave, muy afrancesado, y camina en reversa hasta regurgitar un taquito gris. Luego busca alguna cueva, puede ser su jaula o el cajón de mi marido, no sé por qué prefiere su olor si soy yo la que más lo consiente. Lo mismo hace cuando hay tormenta. En general es un gato tranquilo, pero hay cosas que no tolera. Por ejemplo que dejemos sonar la alarma en vez de despertarnos. Nos reclama muy molesto que la apaguemos ya mismo. Odia cuando viene el fumigador y le saco su arena y comida de la cocina. Quizás tenga alma de diseñador obsesivo y sus cosas deben ir donde deben ir. También detesta las puertas cerradas o que durmamos hasta muy tarde. Los fines de semana, cuando mi hija se encuartela y a nosotros nos dan las 11 de la mañana, Chamoy se pone ansioso y para desalentar nuestra conducta, vocaliza como Farinelli hasta que nos gana por cansancio. Puedo entenderlo. Es injusto que le cambien la rutina. A las 9:15 ya tendría que estar tomando la primera siesta con todas las persiana arriba mientras la familia convive en la misma habitación.
Carta abierta al mate
Para los que estamos en la lona y queremos dormir bien
Para los que estamos en la lona y queremos dormir bien
Verónica Segura
Hace unas semanas, en pleno período de aislamiento por el coronavirus, circuló en redes sociales el video de un actor y empresario multimillonario celebrando su cumpleaños online. Sopló las velitas muy contento y sin el menor titubeo, compartió una lista de sus éxitos profesionales. Unos días después de pedir por delivery su torta de chocolate y armar su “Zoomple-fiesta”, su planta de empleados y sub-contratados se enteraban que no recibirían más sueldo ni aportes ni indemnización ni más comunicación que unas líneas por whatsapp explicando la “grave situación financiera” de la empresa. Cientos de familias, de por sí vulneradas por la pandemia, dejaron de recibir el sustento con el que contaban mientras él disfrutaba las sobras de su calórica torta y desarmaba su imperio “en secreto”. Lamentablemente, esta es una historia común que se repite como disco rayado. Pero mientras veía a este engendro de María Antonieta masticar su torta y hacer morisquetas, recordé una historia que ya no sé si la leí o me la contaron, pero me gusta recordarla en tiempos cuando resulta difícil conservar la esperanza. Había una vez una mujer que se casó y se fue a vivir a un país muy, muy lejano, donde hablaban de manera extraña. Luego de luchar por su matrimonio un buen rato, finalmente admitió que la relación naufragaba y decidió dejar a su marido. En este lugar remoto, ella no tenía familia y casi no trataba con nadie, así que como solución temporal, se fue a vivir con un amigo que recién había conocido. Una cosa llevó a la otra y se involucraron, pero el tipo no tardó en mostrar la hilacha y una noche se puso violento. La mujer fingió docilidad para no ponerse más en riesgo, pero el día siguiente lo dedicó entero a buscar un lugar cuya renta pudiera pagar con sus mínimos ahorros ya que en ese momento se encontraba desempleada. Finalmente encontró un huequito hecho a la medida de elfos e incluso un trabajo en una verdulería (el cual perdió muy pronto dado que no entendía los nombres de las frutas y el dueño no tuvo paciencia, pero esa es otra historia). A hurtadillas fue a buscar sus pertenencias sabiendo que el tipo no estaría en casa. Era todo lo que tenía, ese bolso de ropa. Y se dijo a sí misma, no me importa dormir en el piso. Al salir del departamento vio a un hombre cargando un colchón usado en la cabeza. No se pudo contener y le gritó, ¡Ey!, ¿a dónde llevas ese colchón? El hombre, descolocado, se detuvo en medio de la calle y contestó, ¡no sé!, estoy por mudarme a provincia y pensaba llevármelo, pero la verdad que me estorba. Véndemelo, –desafió la mujer– pero barato porque no tengo un peso. Y el hombre le propuso una cifra simbólica y la llevó a ella y a su nuevo-viejo colchón a la residencia de elfos recién rentada.
Esta historia me significa mucho, porque resalta la situación de una persona que está lejos de sus afectos, sin donde caerse muerta, barajando duelos y agresiones. Pareciera que entre más precaria la situación, más difícil es encontrar refugio y personas en quién confiar. Siempre ha habido plaga, sobre todo de María Antonietas, y generalmente la fantasía de poder decapitarlas se queda en eso. Es algo que enfurece. Sin embargo, por trillado que suene, también pareciera que existe un algo, quizás un ángel que peca de esquivo pero que, cuando estamos en la lona, conspira para que no durmamos en el piso.