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Qué pene


Qué pene
Verónica Segura

La semana pasada hubo una cumbre clandestina de vocales en la que logré infiltrarme como una mosca parada en la pared… muy serena, como la mar. Fue en un café de precios inflados, donde solo acudieron cuatro de ellas acompañadas de una consonante y un símbolo. Las integrantes pidieron lattes caramelizados con leche de soja y muffins de lino antes de sentarse a debatir. Las que menos protestaron fueron la “a” y la “o”, que por cierto venían tomadas de la mano y lucían agotadas. Si bien se dedicaron a encogerse de hombros, poner los ojos en blanco, fruncir el ceño y emitir una especie de gruñido, su participación fue más a base de criptolalia que de una postura contundente. La “x” y la “@”, por otro lado, se sentían estafadas con el cuento de la emancipación y la diversidad. El alfabeto les había prometido reemplazar ciertas vocales cada vez que surgiera el tema femenino/masculino, con el propósito de neutralizar el terreno. La mentira se caía de madura. Era una cuestión económica. Todos y todas, o mejor­ –no vaya ser que por el orden también reclamen– todas y todos. Niñas y niños. Ciudadanas y ciudadanos. Contentas y contentos. Hijas e hijos de puta, e hijas e hijos de puto.La cosa se salió de control, no se podía costear tanta palabrería. Fue entonces que las convocaron a pesar de ser, una consonante y la otra un símbolo. Todxs lxs ciudadanxs. Tod@s l@s ciudadan@s. Estaban locas de alegría, hasta que la competencia pudo más. El alfabeto nunca puso en claro cuándo emplearían a “x”, y cuándo a “@”. Sobra decir que se pelearon entre ellas, y desde luego con “a” y con “o”, aunque al final de su corta carrera admitieron la traición, y todas se reconciliaron. “X” dijo que lo que más le dolía era que nunca iban a ser consideradas más allá de los adjetivos que las describían, una como cruzada y otra, como retorcida. Más aún, “x” acusó su penosa desventaja frente a la notoriedad de “@” que brillaba en correos electrónicos, tuits y tags. “@” prefirió guardar silencio para no abrir viejas heridas. 
Las más injuriadas por el tono y los argumentos, eran sin duda la “i” y la “u”. Resulta que ambas se habían dedicado a complacer a los demás, a lo que pensaban que el resto esperaba de ellas. La “i” se privó de postres y se mató en el gimnasio toda su vida para mantener la línea, incluso se agregó un puntito de silicona para diferenciarse del número uno, ¿y qué ha conseguido? Emular el triste sonido de un pollito. Nada más. La “u” ha logrado sostener esa sonrisa a pesar del rechazo, siempre, ¿y para qué? ¡No la usan más que para abuchear en las canchas! Tenía que ser la “e”, maldita sea, tenía que ser, vocal socarrona, intermedie, anodine, la que finalmente nes suplenteríe a todes y converteríe el edeoma castellene en un cuadre petológico de Jerigonza esquizefrénique, disfrazade de lenguaje en trance esperetual, libertader femenene. Tede para ser inclusivos dejando fuere letras que no solo aportan sentido, sino aliteración. Qué pene, chiques. La verdad, qué pene.