Tormenta de zapatos
Verónica Segura
Hay un principio contable que dice que
las utilidades se registran cuando se realizan y las pérdidas cuando se
conocen. Todos hemos pecado de haber hecho un inventario de adquisiciones
imaginarias cuando las ganancias aún no han sido concretadas, y la decepción es
grande cuando esos planes se frustran. Pero a menudo ocurre que el principio
contable se viola de la manera opuesta. Es decir, que nos la pasamos
vaticinando los más catastróficos resultados sin tener pruebas suficientes para
sospechar que hoy será el día que nos caiga el piano de cola encima, o nuestra
familia entera sufrirá de combustión espontánea, o finalmente la luna se saldrá
de órbita. Desde luego que las tragedias ocurren, pero de poco sirve
aguardarlas a diario con un brindis y recepción, porque ni con el más surtido
banquete tendríamos forma de mitigar su forma insuperable de quebrantarnos y
sorprendernos.
Los norteamericanos tienen una frase que
describe tal como me siento muy a menudo: waiting
for the other shoe to drop. No es que no aprecie lo que tengo, no es que no
tenga proyectos estimulantes, pero vivo esperando a que el otro zapato caiga, y
como lo más probable es que venga en caída libre, cada día que pasa el zapato
gana celeridad, así que cuando finalmente caiga (sobre mi cabeza, no hay duda)
dolerá muchísimo. Y por alguna razón estoy convencida que el muy condenado no
viene solo. Ha formado una comunidad de zapatos. Vengativa, por cierto. Y un
día me ajusticiarán, como una horda de hijos iracundos a los que presté
demasiada poca atención. ¿Quiénes son estos zapatos, por qué se fueron, realmente
volverán? ¿Serán mis sueños, mi aplomo, mi confianza los que no supe nutrir,
conservar? ¿Quiere decir entonces, que desde hace tiempo ando descalza,
desprovista de algo esencial? Me agoto a mi misma. No estoy esperando a que el
otro zapato caiga, estoy esperando a que se desate una tormenta de zapatos. Y
no puedo continuar viviendo como si la muerte me acechara en cada esquina,
aunque sea verdad.
Se dice que esta
expresión nació a principios del siglo XX. Un sujeto más bien noctámbulo, despierta
al vecino de abajo al sentarse en su cama y quitarse el primer zapato. Lo deja
caer al suelo escandalosamente. Enseguida recuerda la hora que es y que debe
ser silencioso, así que coloca el segundo zapato con toda delicadeza en el
piso, de tal forma que no hace ruido. El vecino de abajo, muy molesto, no
quiere volver a conciliar el sueño hasta escuchar al otro quitarse el segundo
zapato para que no le arruine el sueño por segunda vez y pueda dormir de
corrido. Y así nace la tortuosa espera a que el “otro” zapato caiga. (Cualquier
parecido a Beckett es mera coincidencia). De lo cual concluyo:
1.
Que la
expresión, contrario a lo que yo creía, no se refiere a esperar que algo malo
suceda, sino esperar lo inevitable o en todo caso, la conclusión final de algo.
Y si es final…¿no debería ofrecernos
algún tipo de descanso?
2. Que si vivimos esperando la caída del miserable
zapato… nos quedaremos esperando sin cesar hasta las altas horas de la muerte y
así nos las habremos ingeniado para amargarnos la poca o mucha existencia que
nos quede, en vez de continuar participando del mundo onírico, o lírico, o
anímico al que pertenecemos.
3.
Pero todo esto
ya lo sabemos, lo sabemos demasiado bien. Las fórmulas no existen, hay días
mejores que otros, no hay con qué darle a los fantasmas. Blah, blah, blah. Yo
sólo espero que el día que me toque mi maldita, estúpida tormenta de zapatos,
por lo menos… que sean lindos. No se, Gucci, Blahnik, Prada. Sencillito.
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